Experiencias metodológicas para el involucramiento de hombres en el cuidado

“Cuidar es por tanto mantener la vida asegurando la satisfacción de un conjunto de necesidades indispensables para la vida, pero que son diversas en su manifestación (…) Hay cambios en la cultura, para el cuidado, desde el enfoque de las masculinidades, implica promover hombres que se involucren y sientan que es parte de la vida el autocuidado, cuidar del otro y de los otros, de las otras, cuidar del entorno es una responsabilidad, que se da entre las relaciones humanas para promover el bienestar en la sociedad”. El moderador, Wilson Santiesteban, instala el panel con la cita de Zbioniew Bankowski, oportuna para iniciar la presentación de las Experiencias metodológicas para el involucramiento de hombres en el cuidado.  

Fabiola Ríos, socióloga, especialista en género y niñez, que actualmente trabaja en Unicef, presentó una investigación cualitativa sobre la gestión de los cuidados. Comenzó destacando que re-pensar la corresponsabilidad del cuidado es pertinente y necesario en tiempos de cuarentena por el coronavirus, no sólo porque resultó ser un importante desafío, sino porque se puso de manifiesto la desproporción en la repartición de tareas domésticas, fundamentalmente a cargo de las mujeres que además asumen las responsabilidades económicas. 

Presentó los resultados de la investigación realizada por encargo de la Plataforma de Justicia Fiscal, en 2018, sobre el empoderamiento económico y la corresponsabilidad en el trabajo de cuidado en 11 municipios de Bolivia.

Explicó que “el horizonte era generar información desde las diferentes realidades que tenemos las mujeres para trabajar en la desnaturalización y en la desprivatización del tema de cuidado”, y que con la noción de  “desprivatización”  se planteó “sacar el cuidado del espacio privado, para posicionarlo en el espacio público, para politizar este tema en el espacio público es muy importante en términos estratégicos”. 

La base de discusión es que se trata de cambiar el orden social y, principalmente, la división del trabajo que naturaliza las actividades del cuidado encargadas a las mujeres y valorizar el cuidado en términos económicos, de responsabilidad social y del desarrollo de la institucionalidad, generando información sobre el valor real del cuidado. Parte de la investigación era también pensar qué otras funciones tenía el Estado más allá de la provisión de servicios. 

Para ello, se tomó en cuenta prácticas que son importantes para los instrumentos de corresponsabilidad: servicios de cuidados; lucha contra la pobreza de tiempo; transferencias monetarias y políticas de cambio cultural y empoderamiento de la mujer. 

Según Fabiola Ríos, acercarse a las realidades de las mujeres permite ver las diferencias y ajustar las políticas, normas, acciones e inclusive la inversión. Existen “condiciones diferenciadas por territorialidades que definen roles, vínculos, actividades económicas, involucramiento en el mercado, pobreza y, en general, el ejercicio de derechos”. 

La territorialidad determina muchas diferencias en las realidades de las mujeres.  Así, por ejemplo, en los valles interandinos de Cochabamba y Chuquisaca, se identificó que “las mujeres están a cargo del 77% de la producción de productos pero con un alto costo de resiliencia frente al cambio climático: sequías, heladas y una serie de efectos del cambio climático”. Por lo tanto la producción, la principal actividad económica de las mujeres tiene un alto costo en el desarrollo de sus actividades y sus tareas, incluidas las de cuidado”. 

La realidad de las poblaciones de zonas de economías vinculadas al mercado es distinta, y “hemos tenido que llamarlas vulnerables, porque se trata de, un ejemplo, mujeres que viven en Achacachi, crían a sus hijos en Achacachi, pero en la semana se mueven hasta dos veces a El Alto y a la ciudad de La Paz, por lo tanto, dos, tres y hasta cuatro días a la semana, dejan a los hijos al autocuidado”. Los niños se hacen cargo prematuramente de cocinar, aprovisionarse, etc., generalmente de jueves a domingo.   Son zonas además, muy influenciadas por sectas evangélicas, donde no se entiende por qué el Estado tendría que hacerse cargo de las acciones de cuidado.

La realidad es diametralmente opuesta en el norte integrado de Santa Cruz, donde las mujeres tuvieron que vender sus tierras a los agroindustriales y de estar insertas en la actividad económica productiva, de un día para otro, se volvieron empleadas, obreras de las peladoras, de las embolsadoras, de las haciendas, donde no rigen las normas de regulación laboral.  En criterio de Fabiola Ríos, “es en estas zonas donde realmente la agenda y el movimiento debe concentrar esfuerzos creativos, esfuerzos políticos, esfuerzos de financiamiento”. Concluyó destacando que la investigación permitió proponer políticas. 

Fue el turno de Jaqueline Garrido, coordinadora del área de diálogo y acción pública de Ciudadanía que mostró el trabajo institucional en la promoción de la corresponsabilidad social y pública del cuidado, que involucra a hombres. 

Explicó que se generó información relevante para hacer más efectiva la acción pública para superar los problemas de la desigualdad y, para impulsar la acción ciudadana efectiva desde el ejercicio de los derechos. A partir de ello, Ciudadanía transversaliza el género y hace hincapié en la corresponsabilidad del cuidado para la sostenibilidad de la vida en sus diversos proyectos, ya sea de desarrollo local, medio ambiente, democracia y ciudadanía u otro.

Luego de centrarse en los objetivos estratégicos de la intervención institucional dijo que “estamos directamente trabajando un discurso con el grupo de beneficiarios, ellos trabajan un discurso y muestran un argumento frente a determinado tipo de desigualdad”. 

Y para ello, toman en cuenta los engranajes de la desigualdad de género –acceso a la educación y al mercado laboral, participación social y política, y creencias y valores– que permiten establecer que las mujeres en promedio tienen menos ingresos que los hombres y menos nivel de educación; sus posibilidades de toma de decisiones son limitadas; y están más expuestas a las consecuencias de las crisis ambientales, en medio de una estructura patriarcal que permea valores, instituciones y relaciones y que se basa en la división sexual del trabajo (el hombre en el calle, la mujer en la casa); en la vulneración de derechos sexuales y reproductivos (yo decido por ti) y en la violencia de género (si no haces lo que quiero).

El trabajo de cuidado no remunerado es una pieza “clave” del engranaje de las desigualdades, por ejemplo, cuando se consulta qué les impide tener el trabajo que desearían “las mujeres responden al 100% que son los quehaceres domésticos, cosa que no ocurre con los hombres”.

Jaqueline Garrido explicó que se puede “ver con claridad, el trabajo no remunerado dentro del hogar para la mujer está en promedio 7 horas al día, en cambio para el hombre 3 horas, menos de la mitad. En el caso del trabajo remunerado fuera del hogar estamos casi al mismo nivel”, sin embargo, “el nivel de ingresos en promedio es considerablemente diferente, las mujeres estamos en menos de la mitad en promedio” y es que el engranaje de las desigualdades también se sostiene en los valores –“el hombre debería ganar más que la mujer”, “lo mejor sería que las mujeres se queden en casa a cuidar a sus hijos” –, aunque estas percepciones varían según la edad y se observa cierta posibilidad de mejora porque los jóvenes están con ideas menos conservadoras. 

“Este tipo de información nos lleva a trabajar un multienfoque, en realidad, de intervención, más allá del género. Que tiene que ver con principios rectores, que tiene además el enfoque de derechos”, puntualizó.

El trabajo de cuidado no remunerado es otra de las aristas de la desigualdad, en realidad, “es el nudo crítico de la desigualdad, no se registra en las cuentas públicas, es invisible, no es valorado” y en vista de que “el cuidado es un derecho, no es un asunto privado, debe ser abordado por el Estado, la sociedad y las familias en corresponsabilidad”. 

Insistió que “estamos promoviendo la corresponsabilidad del cuidado, no solamente a través de proyectos focalizados, sino también en otros proyectos de tipo ambiental, de promoción de la participación democrática y del diálogo democrático, así como de desarrollo productivo con enfoque territorial, rural y de género”. 

A continuación, desde la Fundación Bartolomé de Las Casas, en El Salvador, Mónica Flores y Walberto Tejada, hicieron una presentación a dos manos. 

Filósofo y con una maestría en política y evaluación educativa, Walberto Tejada, explicó que hablarán desde la Fundación, una organización dedicada desde hace 20 años a la formación, desde una perspectiva de la educación popular y, por supuesto, en una perspectiva integral, que aborda distintas aristas del desarrollo.    

Refirió algunos hitos importantes más referidos a la politización de las masculinidades: Procesos de salud mental y memoria sobreviviente (1999), Génesis del programa de masculinidades (2000), Equinoccio: Escuela Metodológica en Masculinidades (2007-2009) y Equinoccio Itinerante (2009-2020).

Todo inició con  la pregunta de qué significa ser hombre (1999) y en muy poco tiempo se transitó hacia una mirada más feminista (2000), para luego pasar a una experiencia más sistemática (2007-2009) para involucrar a los hombres en una formación vivencial, documentada y, por supuesto, muy fundamentada, “nos interesaba sobre todo generar intercambios, diálogo, con distintos hombres, en distintos niveles y en distintos roles en la sociedad para generar  hombres aliados para todos estos temas que ya han sido comentados”.  Del 2009 hasta ahora, se extiende a más países del Caribe y América Latina. 

“Decidimos en 2006 asegurarnos de la apuesta metodológica porque consideramos que la manera de actuar era ya algo político” y optaron por un hilo conductor que se inicia con el análisis del modelo hegemónico, continúa con la comprensión de los mecanismos de la violencia; para pasar luego a las  paternidades -autocuidado y cocuidado-; y la legitimación –sexualidad y  religión. Walberto Tejada, explicó que ese proceso les permitió comprender que “La violencia de género es como la escuela para las demás violencias”.

Mónica Flores, con estudios en gestión de la biodiversidad y educación ambiental y que forma parte del equipo interdisciplinario de la Fundación Bartolomé de las Casas, desde hace 10 años, complementó que la estrategia tiene varios matices. De entrada dijo que quienes participan en el proceso son hombres y mujeres que promueven los derechos de los cuidados, con el componente de la ruralidad. “La clave es ver los cuidados desde la perspectiva de derechos, generar evidencia en corresponsabilidad, desde el ámbito rural, para aportar en políticas e instrumentos normativos”. 

Pero para llegar a ese punto, debieron primero tener claro “que es lo que se entiende por cuidados y generar un entendimiento común acerca de los derechos de los cuidados, la corresponsabilidad y la valoración de los mismos”. Finalmente, adoptaron el enfoque de los procuidados que, además, incluyó cuatro dimensiones estratégicas: autocuidados, cocuidados, ecocuidados y sociocuidados.  

En los cocuidados se toma en cuenta la corresponsabilidad de hombres y mujeres, mientras que los sociocuidados refieren a acciones colectivas como sociedad para favorecer los cuidados, aunque en corresponsabilidad con el Estado. Y los ecocuidados, vienen a complementar las otras tres dimensiones e implica  el cuidado del medio ambiente, la casa común, puesto que “si al fin y al cabo no tenemos un planeta donde vivir, no podemos tener una vida digna, un bienestar real”, subrayó Mónica Flores. 

¿Cómo se involucran loa hombres? El Centro Bartolomé de las Casas implementó procesos de formación en masculinidades con hombres clave, que incluye una metodología vivencial, intercambio entre hombres sobre ética de los cuidados; encuentro y dialogo intergenérico con mujeres; incidencia con mensajes alternativos a través de una estrategia de radios comunitarias y estudios transversales con algunos hombres participantes.  

Walberto Tejada, retomó la palabra para subrayar un mensaje final: “Obviamente los cuidados no son un asunto para la fotografía, ni para un momento, ni para descubrir en un momento de crisis, sino es un asunto de todos los días, es un asunto cotidiano”. 

Desde Bolivia, Cecilia Saavedra, aportó con la experiencia de CISTACy explicó que las experiencias metodológicas para el involucramiento de hombres en el cuidado se centran en la cultura del cuidado y, en rigor, lo puso en plural “porque a través de las culturas, de las culturas diversas, es que podemos apostar al cambio”. 

Como educadora, feminista y activista por los derechos humanos con varios años de experiencia en el trabajo con masculinidades, aseguró que “los hombres que se involucran a más temprana edad en las tareas de cuidados y en la educación corresponsable son más sensibles, y abiertos al cambio de prácticas machistas y violentas, de ahí que sea importante iniciar el proceso desde pequeños”.

En el esquema de intervención, el ámbito de la salud, es el punto de entrada que ayuda a tomar conciencia de la importancia del autocuidado porque “los hombres van al médico cuando se agravan las cosas”.  

También incluye el planteamiento del cocuidado intergenérico (de hombres a mujeres y viceversa), intragenérico (de hombres a hombres… y eso no te va a hacer menos hombre), transgeneracional (entre distintas edades, en la lógica de que puede ser la ley de la vida, nos cuidan y luego nos toca cuidar), intercultural (desde la mirada de interseccionalidad).

Cecilia Saavedra dijo que las metodologías para involucrar a los hombres incluyen dinámicas interactivas, advocacy participativo y edu entretenimiento, desde una mirada de la educación popular y un proceso participativo y transformador, basado en las experiencias de las personas. 

Así por ejemplo, el advocay participativo, permite abrir muchas nuevas causas a partir del enfoque de las masculinidades. El edu entretenimiento habilita espacios para la creación y difusión y el desarrollo de estrategias de comunicación y movilización de la comunidad. Incluye las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, pero también series televisivas como la denominada “Solo para machos” que permitió visibilizar prácticas machistas en los hombres que limitan el autocuidado y cocuidado a lo largo de su curso de vida.  A partir de las teleseries se han generado materiales temáticos: “Hasta que el cuerpo aguante”, “No somos mercancía”, “Aprendiendo a ser papá”. Otra serie orientada a la comunidad educativa es “A Jugar”, para trabajar la cultura del cuidado y la cultura para vivir en paz, cuatro materiales de autocuidado, cocuidado y ecociudad para profesores/as, madres y padres, niñas y niños. Y, por supuesto, no podían faltar las campañas en redes sociales y diferentes plataformas como TikTok, podcast y otras que ayudan a los procesos de reflexión. Muchos piensan que es a partir de la paternidad que van a tener una relación con el cuidado, pero en la reflexión se van dando cuenta que no es así” y, desde su práctica, recomendó que “las mujeres también debemos trabajar el enfoque de las masculinidades, porque es un tema político, a nosotras nos cargan el modelo de crianza machista y debemos promover nuevas prácticas”.

Diálogos desde los feminismos y el trabajo en masculinidades

“Los hombres que lloran y cocinan, que ejercen paternidades integrales y comparten labores, no necesariamente tumban el patriarcado”. Con esa advertencia, el mexicano Jair Maldonado, inició su intervención en el panel Diálogos desde los feminismos y el trabajo en masculinidades en el que compartió con las feministas, María Ángela Sotelo y Juana Olivera, y el activista, Jimmy Tellería, de Bolivia. 

Yair Maldonado

De larga trayectoria en temas de derechos humanos, género y masculinidades, detalló el proceso en México “cómo llegamos, dónde estamos y el camino que queda por transitar”ylo experimentado en GENDES, una organización de la sociedad civil que promueve el desarrollo de relaciones equitativas, igualitarias y no violentas e impulsa la reflexión, intervención e incidencia desde la perspectiva de género y masculinidades. 

En esta oportunidad, explicó cómo se generó el debate feminista alrededor de los cuidados y la corresponsabilidad en México que, poco a poco, nutre la inserción y la generación de los debates desde las masculinidades.  “Uno de los muchos caminos para erradicar las violencias y desarticular el patriarcado”. 

Fue un largo proceso, que ya lleva una década, de reflexiones sobre el vínculo entre la explotación liberal y la explotación patriarcal, el sistema económico y el sistema patriarcal, los roles y estereotipos que sobrecargan a las mujeres,  la problematización de los conceptos de familia y las divisiones del trabajo dentro del seno familiar. Se instala el debate sobre las masculinidades –paternidades y autocuidado– para contribuir al diálogo feminista, pero, sobre todo, al objetivo de una igualdad sustantiva.

La apuesta de GENDES es ambiciosa –Suma por la Igualdad. Propuestas de Agenda Pública para Implicar a los Hombres en la Igualdad de Género– y plantea varios vectores de intervención para desarticular el sistema patriarcal: escuela religión política, medios de comunicación, economía etc. Asume que es necesario un cambio cultural general, demanda la intervención del sistema de salud para el autocuidado y la comprensión de los roles del hombre en el espacio doméstico; considera imprescindible trastocar los sistemas de justicia y la generación de estrategias de prevención para no llegar a las instancias de justicia. Intervenir los medios de comunicación y el sistema educativo. “No es una agenda exhaustiva, no se sugieren todas las posibles políticas públicas, pero uno de los ejes es la corresponsabilidad”.

Jair Maldonado puso mucho énfasis en la corresponsabilidad sustantiva de la sociedad y dejó en claro algunos retos para lograrlo:

  • Reorganización o flexibilidad de la jornada laboral: modificación de los horarios de trabajo, licencias laborales, promoción der la jornada parcial y flexibilización temporal y parcial del trabajo.
  • Modificar los patrones culturales en las familias, escuelas y mercados de trabajo con el objetivo de tener un impacto en la reorganización de las tareas dentro del ámbito doméstico.
  • Ampliar la oferta de servicios para el cuidado de hijos e hijas, personas con discapacidad, enfermas o mayores de edad.

Advirtió que el logro de esos propósitos no será sencillo dado que existen fuerzas poderosas –entre ellas las iglesias– que se resisten al cambio y que prefieren mantener el statu quo.  Y también dejó en claro que el eje de cuidados es apenas una de las piezas del rompecabezas, “uno de los muchos caminos para erradicar las violencias y desarticular el patriarcado”.

Admitió que los esfuerzos realizados a día de hoy no han sido suficientes, que los cambios personales son necesarios, pero se requieren cambios integrales, incluidos los que deben impulsarse desde el Estado. 

 Y terminó su intervención señalando que “No podemos continuar los debates del cuidado y la corresponsabilidad sin la interseccionalidad que nos dice que todo está trastocado y todo está junto, pegado, porque las violencias y desigualdades se nutren del patriarcado, del capitalismo, pero también del racismo, del colonialismo y de la falta de una visión socioambiental”. 

Maria Ángela Sotelo

Wilmer Galarza, que moderó el panel, hizo un breve resumen de la exposición y pidió incorporar al debate el planteamiento de la igualdad sustantiva y pasó la posta a María Ángela Sotelo, psicóloga social que eligió el feminismo como opción de vida.  

Antes de iniciar su exposición, advirtió que en otro escenario algunos compañeros afirmaron que “las mujeres mucho se quejan y que talvez se podría dialogar horizontalmente y avanzar cuando dejen de quejarse”.  Dicho eso, propuso “una alianza política conjunta para transformar los sistemas de opresión.  Quiero partir desafiando a avanzar en esa perspectiva”. 

Planteado el desafío, Sotelo, que es parte de la Coordinadora de la Mujer, subrayó que el patriarcado “no sólo es la expropiación del cuerpo y sexualidad de las mujeres, sino también la expropiación del tiempo y el trabajo de las mujeres”. 

Recordó que las mujeres dedican tres veces más tiempo que los hombres al cuidado, “el 78% del trabajo del cuidado en el país”, y dijo que no se debe perder de vista la crisis de los cuidados por el masivo ingreso de las mujeres al mercado laboral y por la insuficiencia y el alto costo de los servicios de cuidado.  


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Crisis que también se carga sobre los hombros de las mujeres, por lo que se impone la corresponsabilidad en el abordaje del cuidado: hombres, mujeres y Estado. 

Y entre otros factores que deben ser considerados en el abordaje de la temática de los cuidados, señaló las condiciones de desigualdad social: la doble y la triple jornada laboral, muchas mujeres son las primeras en levantarse y las últimas en acostarse, la discriminación salarial,  “existe una brecha salarial más o menos del 62% de diferencia en relación a lo que reciben los hombres”, y la jefatura de hogar femenina –“más del 30% de mujeres actualmente son jefas de hogar” –, lo que rompe la idea de la familia  nuclear, “ese es un modelo de familia casi en extinción”. 

Sotelo dijo que para avanzar en la construcción de “algo distinto y transformador, es importante sacar este tema del ámbito privado y ponerlo en agenda pública. Que se reconozca el cuidado como un derecho y también como un trabajo, un trabajo valorado, reconocido y remunerado”. 

Y remarcó que, desde la perspectiva feminista, un diálogo con las masculinidades no implica solo involucrar a los hombres en el cuidado, sino construir alianzas para transformar las relaciones de poder, “la supremacía y privilegios de los hombres sobre las mujeres”.  En buenas cuentas, “que los hombres cuestionen sus privilegios, no que los hombres “apoyen” a las mujeres”. 

Señaló las condiciones de la alianza entre el trabajo de los feminismos y las masculinidades: cuestionar las relaciones de poder; defender los derechos de las mujeres como una cuestión de justicia  e igualdad; reconocer las diversidades de género, diversidades sexuales, no todo se reduce a hombre y mujer; reconocer la vulnerabilidad de los hombres, que se reconozcan como sensibles y; “respetarnos democráticamente, que respeten nuestras estrategias, nuestra mirada y nuestra propuesta política, no necesitamos que nos digan qué hacer”. 

Y remarcó que la base de esta alianza, es el cuestionamiento de las masculinidades hegemónicas, porque “como dijo Jair, los hombres que lloran y cocinan no cambian el patriarcado”.  Eso significa “ver todo con una perspectiva de interseccionalidad, entender que no estamos hablando sólo de las mujeres, que el machismo también afecta a los hombres y que es necesario avanzar hacia la corresponsabilidad del cuidado en el ámbito público, en términos de políticas públicas”. 

Llegó el turno de Jimmy Tellería, anfitrión y director de CISTAC, pero sobre todo activista. Luego de una rápida recapitulación, admitió que “trabajar en masculinidades implica cuestionar el poder patriarcal, el poder de dominación, sujeción, opresión… y el desafío de cambiar los privilegios que históricamente el sistema ha consolidado para los hombres”. 

Sin embargo, dijo que es importante reconocer que el trabajo en masculinidades, que en América Latina ya lleva más de 30 años, ha avanzado mucho en ciertos campos y en otros se ha estancado. Y lamentó que el estancamiento se haya debido, en parte, a que “hay un encuentro en desencuentro con el colectivo de los feminismos. En muchos casos hay un espacio muy receptivo y se habla de una construcción conjunta, pero en otros, ha sido imposible construir espacios de diálogo”. 

Recordó que la reflexión e investigación sobre masculinidades tiene una larga data en Bolivia y que ya en los años 90 la agenda del activismo proponía la participación de los hombres en el campo de la salud, desde la perspectiva de los cuidados. Una dimensión muy importante porque tiene que ver con la subjetividad en la que los hombres se tienen que mover para transformar sus propias prácticas de cuidado. 

Desde las masculinidades, dijo, cuando se habla de cuidados, la relación inmediata es con la paternidad, un ámbito en el que dicho sea de paso “los hombres que empiezan a hacer una labor de cuidado pueden ser sobrevalorados pero también subvalorados”.  Puso de ejemplo lo ocurrido durante el periodo de restricciones por la pandemia de coronavirus, “para muchos hombres fue traumático recluirse en el ámbito doméstico, pero también permitió que otros cuestionen el modelo machista y otorguen valor a las tareas de cuidado. Muchos hombres ya no siguen llevando a cabo las labores que asumieron durante el confinamiento y han vuelto a su “normalidad”, pero ese tiempo tendría que valer para preguntar quién hace lo que no nos gusta hacer”. 

Según su diagnóstico, no hay que quedarse mirando el tema del cuidado únicamente en su vínculo con las paternidades, “porque podría resultar en un simple intento de mirarse el ombligo, porque el hombre que cambia en sus relaciones con sus hijos no necesariamente es menos violento con la pareja. Hablando de masculinidades y de cuidado no podemos quedarnos en la subjetividad y la flexibilización de roles, puesto que el hecho de que los hombres ahora hagan lo que no hacían, no necesariamente va a cambiar la valoración que se tiene del cuidado”.  Insistió en la necesidad de trascender de la subjetividad a la dimensión social y política. 

Dejó muy en claro que “la corresponsabilidad debe ser entendida en su dimensión global, no solamente como una flexibilización o una democratización de roles, sino desde el valor del cuidado, un valor de sostenibilidad de la vida y de reproducción de nuestra vida. Porque, si no nos cuidamos, no cuidamos a otros y no somos sujetos de cuidado y no cuidamos nuestro entorno, no tenemos muchas posibilidades de sobrevivir, no solo como personas sino como colectivo social y como humanidad”.

Al concluir su intervención puntualizó que no se adscribe “al maquillaje de una masculinidad más potable y bonita” porque “hay que cambiar sistemática y sustancialmente este sistema de privilegios” y para ello adscribió a la idea de un diálogo que permita “entender que feminismos y masculinidades no son antagónicos”. 

Desde Cochabamba, muy atenta a todo lo dicho estaba la socióloga feminista, Juana Olivera. De entrada cuestionó que se hable de “cuidados” cuando lo correcto es hablar de trabajo de cuidados. 

Planteó que es importante el reconocimiento político del trabajo de cuidados porque no sólo se trata de que los hombres participen y se involucren, sino que hace falta un reconocimiento de todos los ámbitos del trabajo de cuidados realizado por las mujeres. Ese reconocimiento llevará a la corresponsabilidad, de manera justa, con una distribución justa y equilibrada, y no como “apoyo”, término que generalmente se utiliza cuando los hombres participan en el trabajo de cuidados. “Precisamos entender que no es un problema únicamente de cada una de las personas que vive al interior de sus familias, sino que es una responsabilidad de orden colectivo y que somos seres interdependientes”.

Juana Olivera lo puso en términos claros y contundentes: “las mujeres sólo quieren tener tiempo para descansar” y aseguró que, por ello, es clave que el tiempo sea incluido como uno de los temas clave de la reflexión.  

Recordó que “la mayor parte de las mujeres, sobre todo las de avanzada edad, han dedicado su vida entera al trabajo de cuidados, al trabajo para los demás, olvidándose justamente de que son sujetas de derechos y que tienen la posibilidad de autocuidarse, de destinar tiempo a espacios de ocio.  Realmente somos pobres de tiempo, y creo que eso es lo que se tiene que modificar”.

Apelando a la experiencia acumulada en el Instituto de Formación Femenina Integral, IFFI, en Cochabamba, relató que “en el trabajo cotidiano, en repetidas oportunidades hemos preguntado a las mujeres: ¿qué les gustaría hacer si tuvieran tiempo libre? Las mujeres responden cosas tan simples pero tan importantes, como “si tuviera tiempo libre, me quisiera echar en el pasto para mirar el cielo” o “si tuviera tiempo libre, quisiera tejer sin que nadie me moleste”, o “si tuviera tiempo libre, quisiera dormir media hora más de lo que normalmente duermo”… no piden cosas imposibles, no piden viajes, no piden cosas extraordinarias, lo que piden son cosas simples, porque lo simple, en el caso de nosotras las mujeres, es inalcanzable”. 

En cuanto a la relación entre los feminismos y las masculinidades, planteó que para transformar el espacio vital de las personas, se tiene que empezar cambiando el día a día, para después pasar a lo social, político, estatal. “El proceso de las masculinidades tiene que ser continuo, en lo cotidiano, no sólo en talleres, porque se olvida fácilmente” y admitió que no será sencillo porque implica “un cambio de patrones de conducta, cambios culturales que impliquen un nuevo paradigma para las generaciones futuras”. 

Cerró su intervención postulando que “la apuesta en conjunto que tenemos desde las masculinidades y las feminidades es establecer puentes, si no lo hacemos, vamos a perder la batalla”.

El cuidado, un concepto polisémico y escurridizo

Flavia Marco Navarroestuvo a cargo de la charla sobre “El cuidado como área de conocimiento, políticas y disputa”, con la que inauguró las exposiciones magistrales de las Jornadas de reflexión: Culturas del cuidado para la sostenibilidad de la vida desde el trabajo en masculinidades.

Empezó dejando en claro que el cuidado es un concepto polisémico porque significa criar, atender, alimentar, educar, socorrer, higienizar. Es la provisión de bienestar. Es la atención directa en una relación interpersonal e incluye aspectos de nutrición, sanitarios, de estimulación temprana y socioemocionales.

Subrayó que es un trabajo, es un derecho y es un bien público.  Y añadió, sin vueltas, que “desde las masculinidades, es un desafío pendiente”.

Feminista, abogada, especialista en género y con estudios de post grado en derecho económico, admitió que “aunque el término cuidado se usa cotidianamente, es un poco difuso, me ha tocado facilitar algunas jornadas en escenarios diversos, unos más académicos, otros más políticos y de activismo y, siempre me topé con el carácter escurridizo del concepto de cuidado”.

Al repasar los antecedentes del cuidado como campo de estudios y de políticas, explicó que tributan de las elaboraciones teóricas feministas sobre trabajo productivo y reproductivo, división sexual del trabajo, y de los cuestionamientos a la maternidad como mandato y sinónimo de feminidad.

En América Latina, los abordajes teóricos se basaron en evidencia empírica. Especialmente encuestas de uso del tiempo, en un esfuerzo por visibilizar y valorar el trabajo no remunerado.  “El salto cualitativo fue cuando se dejó de hablar de “conciliación” y del derecho al cuidado solo para participar en el empleo y se planteó que el cuidado es la sostenibilidad de la vida”, dijo.

Y recordó que “el cuidado es un fenómeno que tiene cosas en común, sea remunerado o no remunerado.  La hermana mayor o la abuela que cuida a una bebé en su casa, igual que una niñera, esas tres tienen en común que son mujeres”.

Se detuvo a explicar los principales campos de estudio del cuidado y advirtió que “hay que ser cautelosos porque hay un debate vigente sobre la ética del cuidado que surge hace más de 30 años”.  Mencionó a Karen Gilligan y Joan Tronto como ejemplos de visiones contrapuestas sobre la ética del cuidado y una discusión teórica “que termina siendo esencialista”, por lo que prefirió no ahondar en fundamentos filosóficos.

Eligió centrarse en América Latina donde las áreas más desarrolladas en el estudio del cuidado son la organización social del cuidado, la economía del cuidado, y los derechos del cuidado.

Explicó que desde el esquema del “diamante de bienestar” la política social define las combinaciones del cuidado entre esferas prestadoras –la familia, el estado y la sociedad civil o la comunidad–, determina el nivel de autonomía de las personas y evidencia el grado de garantía de los derechos.  

Y dijo que según el “flujograma de provisión del cuidado”, en esferas intra y extra hogar, son las relaciones de suficiencia e insuficiencia económica las que determinan las esferas prestadoras.  Las políticas de cuidado pretenden cambiar esta distribución y la falta de tiempo hace que si hay dinero se opte por el cuidado remunerado en el hogar o en una guardería, porque la oferta estatal para personas mayores y los centros de cuidado infantil es muy baja.

A continuación, se concentró en la economía del cuidado que “explica todo el trabajo que se realiza de forma no remunerada en los hogares y el trabajo de cuidados que se realiza de forma remunerada en el mercado”.  La distribución de las tareas vinculadas a la economía del cuidado, sin embargo, está cruzada por la desigualdad de género y una organización social injusta, que impone a las mujeres la mayor carga de trabajo no remunerado producto de la rígida división sexual del trabajo.  La naturalización de las actividades de cuidado como obligaciones de las mujeres determina que estas tareas no sean reconocidas como trabajo y sean subvaloradas al realizarse en la esfera privada de los hogares y dentro de un modelo económico que no lo reconoce como generador de valor. Pese a la importancia del cuidado para el sostenimiento de la vida, la economía tradicional lo considera como una externalidad del sistema económico, invisibilizando su aporte.

Apuntó que, en el itinerario del debate, se instaló el concepto del derecho al cuidado, a cuidar y al autocuidado, presentado en la Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y del Caribe y se postula que, a la luz de las convenciones, del corpus y de los principios de integralidad, indivisibilidad e interdependencia de los derechos humanos, no se necesita consagración específica del cuidado como derecho para que exista y sea exigible.  Los estados tienen obligación de garantizarlo con mecanismos de exigibilidad, dar condiciones materiales de posibilidad para su ejercicio. 

Flavia Marco recordó que justamente el concepto de derecho al cuidado repercutió en la demanda de políticas en la región sobre la base del reconocimiento y estimación del valor del trabajo no remunerado, aunque con muy pocos resultados respecto a la distribución del cuidado.

En esa línea, una de las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible demanda Reconocer y valorar los cuidadosy el trabajo doméstico no remunerados mediante servicios públicos, infraestructuras y políticas de protección social, y promoviendo la responsabilidad compartida en el hogar y la familia, según proceda en cada país” (Naciones Unidas, 2015).

Y luego de ese recorrido, se animó a formular algunas recomendaciones para “no desvincular la agenda feminista y de género” en el debate y las demandas sobre el cuidado, “recordar que queremos que el cuidado deje de ser prerrogativa de las mujeres, pero también una experiencia social, racial y étnicamente estratificada y, al mismo tiempo, tener adaptabilidad a las realidades, sobre todo urbano rural”.

Y recién al cierre, Flavia Marco dedicó unas cuantas ideas para trabajar el tema del cuidado desde las masculinidades y sugirió “romper el sinónimo de feminidad-cuidados, la dicotomía cuidadora-proveedor y el homus no vulnerable y cuestionar cómo la masculinidad hegemónica puede transformarse a través del cuidado”.  El tiempo le quedó corto, llegó el momento de los comentarios y preguntas. 

Jimmy Tellería tomó la palabra y destacó los casi 30 años resumidos para entender el transito histórico del concepto de cuidado.  Y, luego, enumeró algunos elementos para la reflexión, pero se detuvo especialmente en la necesidad de generar una agenda de investigación y abogacía que incluya la sistematización de los aportes realizados en el país sobre el cuidado desde las masculinidades.

Desde el Perú, Arnaldo Serna, dijo que la charla lo motivó a pensar en las nuevas generaciones, en las y los adolescentes, “y en la cultura que está impulsando a vivir al riesgo antes que al cuidado, como se constata en la radicalización de la violencia, que lleva a pensar en la necesidad de trabajar desde la pedagogía de la ternura, porque el cuidado no solo pasa por atender una dolencia sino estar para el otro, y esa es la complejidad del cuidado, hay vetas grandes y tenemos una gran responsabilidad para las nuevas generaciones, apertura al cuidado mutuo, al autocuidado, desde la ternura, el dialogo y el estar al lado del otro”.

Flavia Marco coincidió que en Bolivia también hay una mayor propensión a conductas de riesgo y aseguró que para la juventud y adolescencia el mayor riesgo tiene que ver con los mandatos patriarcales y de los pares.

Manual de promoción de la corresponsabilidad del cuidado

Leonor Patscheider, puso a prueba todos sus años de experiencia como profesional en Ciencias de la Educación para difundir, en un taller de tres horas y por medios virtuales, los tres módulos del Manual de Promoción de la Corresponsabilidad del Cuidado.  Pidió a los y las participantes que tengan siempre la cámara prendida y que se guarden las preguntas para después de cada módulo. Consciente del desafío, anunció que no preparó la parte final del módulo 3, sobre incidencia, “porque sería demasiado”, e inició la aventura con dos cartillas en mano, una, con la guía para la facilitación y, otra, con el cuaderno para la participación.

Dejó en claro que el objetivo de la guía es “proporcionar información, herramientas y argumentos sobre el valor y la importancia del trabajo de cuidado de la familia, en la reproducción de la vida misma y en la economía de los países, así como la necesidad imperiosa de que la sociedad y el Estado se corresponsabilicen en su realización”.

Explicó que aplica los principios metodológicos de la educación popular y el constructivismo.  El primero, se empezó a desarrollar desde los años 60 y hace especial énfasis en lo que son las relaciones humanas y los sistemas socioeconómicos equitativos y justos, pedagogía crítica y creativa, y de posicionamiento ideológico. “Las personas saben desde su experiencia cuáles y cómo son sus problemas e intuyen cómo debieran trabajarlos y resolverlos”.  Y, el constructivismo, corriente pedagógica que complementa la educación popular a partir de la enseñanza-aprendizaje para la adquisición de conocimientos de forma activa y el desarrollo de habilidades de forma integral para abordar desafíos a través de la indagación, la acción y la reflexión. “Ambos, empoderan para el cambio”, puntualizó.

Los ejes transversales son la igualdad de género, la interculturalidad y las masculinidades.   “Creo que el estudio de masculinidades tiene ya un tiempo de recorrido, unos buenos 20 – 30 años, pero se están haciendo esfuerzos para incorporarlo dentro de todos los trabajos que enfocan, abordan, la igualdad de género”, subrayó Leonor Patscheider y admitió que durante muchos años “cuando hemos trabajado sobre los derechos de las mujeres nos ha importado qué efectos tenía el patriarcado sobre la situación de las mujeres, sobre el ejercicio de sus derechos, y no hicimos un esfuerzo igualmente importante sobre las consecuencias de todo este sistema patriarcal en las actitudes y comportamientos de los hombres”. 

Y antes de dar paso a comentarios y preguntas, dejó sentado que el logro de los objetivos también depende de la persona responsable de facilitar el taller.   Los/as participantes coincidieron con ese planteamiento. 

  • “Hay que activar la capacidad de saber escuchar en todo el sentido de la palabra, pero también expresar ideas y lograr que quienes están compartiendo el espacio de diálogo sepan reconocer y valorar lo que se manifieste en el taller”. 
  • “Pienso que el facilitador debe tener motivación, es importante el manejo de grupo y el dominio de tecnologías de la información”. 
  • “Un facilitador debe ser proactivo, rescatar y valorar las opiniones diferentes”. 
  • “Tenemos que conocer el enfoque de género, de interculturalidad y de masculinidades”. 

Leonor Patscheider asintió y subrayó que “el facilitador debe conocer el tema, tener claro qué quiere que se conozca, se discuta y se debata. Planificar, controlar tiempos, mantener el ritmo, garantizar una escucha activa, comunicación abierta, ser amigable y tratar a todos/as por igual”. Inmediatamente invitó a los/as participantes a responder las preguntas del Autodiagnóstico Temático y a plantear sus expectativas para acomodar el taller a sus intereses. 

Varios comentarios sobre la metodología y una inquietud reiterada: cómo pasar de la teoría a la práctica y de la reflexión a la acción.

Planteado el desafío Leonor Patscheider entra en materia y detalla los contenidos del Manual con el apoyo de diapositivas.  “El objetivo de este módulo es facilitar elementos teórico-prácticos básicos para comprender el origen de la desigualdad entre hombres y mujeres, entre mujeres y hombres y sus principales pilares: la división sexual del trabajo, la apropiación de la capacidad reproductiva de las mujeres y el ejercicio de la violencia de género para mantener la subordinación de las mujeres” y  muestra el cuadernillo para participantes  que registra mensajes cotidianos que reproducen y afirman el sistema patriarcal: “A las mujeres no les gustan los chicos buenos, prefieren a los machitos”, “No juegues con autitos, pareces marimacho”.  Mensajes para motivar la reflexión. 

Luego anunció que se analizará el concepto de patriarcado, “un concepto complejo que se lo vamos desglosando -machismo, sexismo, prácticas homofóbicas y autoritarias- podemos ir entendiendo” y, luego, leyó, una a una, las definiciones escritas en diapositivas. 

Se detuvo en el concepto de derechos sexuales y reproductivos “que reconocen a las personas sus capacidades de autodefinirse y decidir como vivir su vida sexual y su vida reproductiva” y dejó sentado que en el caso de las mujeres están bastante socavados y advirtió que “A veces tenemos la tendencia a creer, sobre todo en las políticas públicas, a creer que los derechos sexuales y reproductivos se circunscriben únicamente a los derechos reproductivos, que son los que normalmente los estados protegen”. 

Siguió con la lectura de la diapositiva que define la violencia de género como “la violencia contra las mujeres que busca sumisión y dependencia, mantenerlas bajo control del hombre (…) un recurso de dominación directo y ejemplar, porque produce pánico, parálisis, control o daño” y complementó que el feminicidio es el extremo de la violencia contra las mujeres, pero existen otras formas de violencia igualmente dañinas, como la violencia simbólica, que naturaliza y reproduce la sumisión y el maltrato de las mujeres. 

Algunos/as participantes interrumpieron para advertir que estos temas suelen provocar respuestas “rudas” de algunos hombres e incluso burlas que podrían afectar la credibilidad del facilitador. 

Leonor Patscheider recomendó afirmarse en las definiciones de los tres pilares del patriarcado y, en seguida, pasó a explicar el Módulo 2, sobre los cuidados y la responsabilidad social y pública. » Las tareas de cuidado son las actividades indispensables para que las personas puedan alimentarse, educarse, estar sanas, vivir en un hábitat propicio para el desarrollo de sus vidas”, dijo y, añadió que “Para hacer todas estas actividades que tienen que ver con lo material, con lo administrativo y con lo emocional, mantener el equilibrio emocional de los miembros e integrantes de una familia, se requiere de tiempo, fuera de fortaleza emocional, se requiere de muchísimo tiempo”.

Pero ese tiempo no es valorado, “porque se piensa que las tareas de cuidado se las hace nomás, no hay valoración, no hay remuneración, no hay horarios”.  Recordó que desde el feminismo se ha demostrado que el trabajo de cuidado tiene un valor económico, y si fuera cuantificado tendría muchísimo impacto en las cuentas nacionales.

Recomendó hacer entender dos aspectos en los talleres, que “El trabajo de cuidado, por un lado, tiene una importancia fundamental para la reproducción de la vida y la fuerza de trabajo. Las personas si no cuentan con la atención en los hogares, de alimentación, de vestimenta, de cuidado en enfermedades, no podrían trabajar, por lo tanto se afectaría fundamentalmente los ingresos y la economía de los países” y, por otro, que es fundamental para garantizar el ejercicio de los derechos de las mujeres. 

De ahí la importancia de la corresponsabilidad familiar, que es la distribución equitativa de responsabilidades del trabajo que se realiza al interior de los hogares, para el sostenimiento y la reproducción de la vida, la corresponsabilidad social y pública que atañe a la sociedad y al Estado como corresponsables de los cuidados a través de las diferentes instituciones y políticas públicas, proyectos y presupuestos.

Reiteró que “problematizar lo que significa para las mujeres hacerse cargo de todas las tareas de cuidado, requiere de esa mirada, de esos lentes para mirar una realidad vista como “normal”, pero que no lo es”.  La crisis de los cuidados es otra perspectiva desde la cual se puede abordar el tema de cuidados.   

Luego se detuvo en el Módulo 3 que plantea la construcción de una sociedad y un Estado responsables para lo que es importante conocer la legislación nacional e internacional para hacer acciones de incidencia.

Leonor Patscheider afirmó que en cada módulo se transversalizó el tema de masculinidades. “Cuando se habla, por ejemplo, de violencia ejercida hacia las mujeres, tiene alguna perspectiva desde masculinidades. El ejercicio de violencia es como parte de un mandato que reciben los hombres de imponerse a sus parejas; es decir, el hombre que no es dominante, el hombre que no manda y que no es obedecido está cuestionado en una forma de ver la masculinidad hegemónica. Así como las mujeres recibimos mandatos de cómo debemos comportarnos, como debemos ser buenas madres, por amor cuidar a nuestros hijos y a nuestras parejas, también los hombres reciben mandatos: tienen que ser fuertes, ser valientes, tienen que imponerse, no tienen que ser débiles, no llorar, no ocuparse de las labores de la casa, etc. 

“El patriarcado es un poder autoritario que castiga cualquier acción, pensamiento o actitud que no esté de acuerdo con esa masculinidad hegemónica”. Castiga por medio de los pares, de la familia, de la suegra, etc. 

Leonor Patscheider aceleró la presentación de las últimas diapositivas de su exposición, se centró en la “Hoja de Planificación”, pidió que respondan una evaluación individual y cerró el taller con una historia de la vida real para trabajar el tema de corresponsabilidad. Tarea para la casa.