Experiencias metodológicas para el involucramiento de hombres en el cuidado

“Cuidar es por tanto mantener la vida asegurando la satisfacción de un conjunto de necesidades indispensables para la vida, pero que son diversas en su manifestación (…) Hay cambios en la cultura, para el cuidado, desde el enfoque de las masculinidades, implica promover hombres que se involucren y sientan que es parte de la vida el autocuidado, cuidar del otro y de los otros, de las otras, cuidar del entorno es una responsabilidad, que se da entre las relaciones humanas para promover el bienestar en la sociedad”. El moderador, Wilson Santiesteban, instala el panel con la cita de Zbioniew Bankowski, oportuna para iniciar la presentación de las Experiencias metodológicas para el involucramiento de hombres en el cuidado.  

Fabiola Ríos, socióloga, especialista en género y niñez, que actualmente trabaja en Unicef, presentó una investigación cualitativa sobre la gestión de los cuidados. Comenzó destacando que re-pensar la corresponsabilidad del cuidado es pertinente y necesario en tiempos de cuarentena por el coronavirus, no sólo porque resultó ser un importante desafío, sino porque se puso de manifiesto la desproporción en la repartición de tareas domésticas, fundamentalmente a cargo de las mujeres que además asumen las responsabilidades económicas. 

Presentó los resultados de la investigación realizada por encargo de la Plataforma de Justicia Fiscal, en 2018, sobre el empoderamiento económico y la corresponsabilidad en el trabajo de cuidado en 11 municipios de Bolivia.

Explicó que “el horizonte era generar información desde las diferentes realidades que tenemos las mujeres para trabajar en la desnaturalización y en la desprivatización del tema de cuidado”, y que con la noción de  “desprivatización”  se planteó “sacar el cuidado del espacio privado, para posicionarlo en el espacio público, para politizar este tema en el espacio público es muy importante en términos estratégicos”. 

La base de discusión es que se trata de cambiar el orden social y, principalmente, la división del trabajo que naturaliza las actividades del cuidado encargadas a las mujeres y valorizar el cuidado en términos económicos, de responsabilidad social y del desarrollo de la institucionalidad, generando información sobre el valor real del cuidado. Parte de la investigación era también pensar qué otras funciones tenía el Estado más allá de la provisión de servicios. 

Para ello, se tomó en cuenta prácticas que son importantes para los instrumentos de corresponsabilidad: servicios de cuidados; lucha contra la pobreza de tiempo; transferencias monetarias y políticas de cambio cultural y empoderamiento de la mujer. 

Según Fabiola Ríos, acercarse a las realidades de las mujeres permite ver las diferencias y ajustar las políticas, normas, acciones e inclusive la inversión. Existen “condiciones diferenciadas por territorialidades que definen roles, vínculos, actividades económicas, involucramiento en el mercado, pobreza y, en general, el ejercicio de derechos”. 

La territorialidad determina muchas diferencias en las realidades de las mujeres.  Así, por ejemplo, en los valles interandinos de Cochabamba y Chuquisaca, se identificó que “las mujeres están a cargo del 77% de la producción de productos pero con un alto costo de resiliencia frente al cambio climático: sequías, heladas y una serie de efectos del cambio climático”. Por lo tanto la producción, la principal actividad económica de las mujeres tiene un alto costo en el desarrollo de sus actividades y sus tareas, incluidas las de cuidado”. 

La realidad de las poblaciones de zonas de economías vinculadas al mercado es distinta, y “hemos tenido que llamarlas vulnerables, porque se trata de, un ejemplo, mujeres que viven en Achacachi, crían a sus hijos en Achacachi, pero en la semana se mueven hasta dos veces a El Alto y a la ciudad de La Paz, por lo tanto, dos, tres y hasta cuatro días a la semana, dejan a los hijos al autocuidado”. Los niños se hacen cargo prematuramente de cocinar, aprovisionarse, etc., generalmente de jueves a domingo.   Son zonas además, muy influenciadas por sectas evangélicas, donde no se entiende por qué el Estado tendría que hacerse cargo de las acciones de cuidado.

La realidad es diametralmente opuesta en el norte integrado de Santa Cruz, donde las mujeres tuvieron que vender sus tierras a los agroindustriales y de estar insertas en la actividad económica productiva, de un día para otro, se volvieron empleadas, obreras de las peladoras, de las embolsadoras, de las haciendas, donde no rigen las normas de regulación laboral.  En criterio de Fabiola Ríos, “es en estas zonas donde realmente la agenda y el movimiento debe concentrar esfuerzos creativos, esfuerzos políticos, esfuerzos de financiamiento”. Concluyó destacando que la investigación permitió proponer políticas. 

Fue el turno de Jaqueline Garrido, coordinadora del área de diálogo y acción pública de Ciudadanía que mostró el trabajo institucional en la promoción de la corresponsabilidad social y pública del cuidado, que involucra a hombres. 

Explicó que se generó información relevante para hacer más efectiva la acción pública para superar los problemas de la desigualdad y, para impulsar la acción ciudadana efectiva desde el ejercicio de los derechos. A partir de ello, Ciudadanía transversaliza el género y hace hincapié en la corresponsabilidad del cuidado para la sostenibilidad de la vida en sus diversos proyectos, ya sea de desarrollo local, medio ambiente, democracia y ciudadanía u otro.

Luego de centrarse en los objetivos estratégicos de la intervención institucional dijo que “estamos directamente trabajando un discurso con el grupo de beneficiarios, ellos trabajan un discurso y muestran un argumento frente a determinado tipo de desigualdad”. 

Y para ello, toman en cuenta los engranajes de la desigualdad de género –acceso a la educación y al mercado laboral, participación social y política, y creencias y valores– que permiten establecer que las mujeres en promedio tienen menos ingresos que los hombres y menos nivel de educación; sus posibilidades de toma de decisiones son limitadas; y están más expuestas a las consecuencias de las crisis ambientales, en medio de una estructura patriarcal que permea valores, instituciones y relaciones y que se basa en la división sexual del trabajo (el hombre en el calle, la mujer en la casa); en la vulneración de derechos sexuales y reproductivos (yo decido por ti) y en la violencia de género (si no haces lo que quiero).

El trabajo de cuidado no remunerado es una pieza “clave” del engranaje de las desigualdades, por ejemplo, cuando se consulta qué les impide tener el trabajo que desearían “las mujeres responden al 100% que son los quehaceres domésticos, cosa que no ocurre con los hombres”.

Jaqueline Garrido explicó que se puede “ver con claridad, el trabajo no remunerado dentro del hogar para la mujer está en promedio 7 horas al día, en cambio para el hombre 3 horas, menos de la mitad. En el caso del trabajo remunerado fuera del hogar estamos casi al mismo nivel”, sin embargo, “el nivel de ingresos en promedio es considerablemente diferente, las mujeres estamos en menos de la mitad en promedio” y es que el engranaje de las desigualdades también se sostiene en los valores –“el hombre debería ganar más que la mujer”, “lo mejor sería que las mujeres se queden en casa a cuidar a sus hijos” –, aunque estas percepciones varían según la edad y se observa cierta posibilidad de mejora porque los jóvenes están con ideas menos conservadoras. 

“Este tipo de información nos lleva a trabajar un multienfoque, en realidad, de intervención, más allá del género. Que tiene que ver con principios rectores, que tiene además el enfoque de derechos”, puntualizó.

El trabajo de cuidado no remunerado es otra de las aristas de la desigualdad, en realidad, “es el nudo crítico de la desigualdad, no se registra en las cuentas públicas, es invisible, no es valorado” y en vista de que “el cuidado es un derecho, no es un asunto privado, debe ser abordado por el Estado, la sociedad y las familias en corresponsabilidad”. 

Insistió que “estamos promoviendo la corresponsabilidad del cuidado, no solamente a través de proyectos focalizados, sino también en otros proyectos de tipo ambiental, de promoción de la participación democrática y del diálogo democrático, así como de desarrollo productivo con enfoque territorial, rural y de género”. 

A continuación, desde la Fundación Bartolomé de Las Casas, en El Salvador, Mónica Flores y Walberto Tejada, hicieron una presentación a dos manos. 

Filósofo y con una maestría en política y evaluación educativa, Walberto Tejada, explicó que hablarán desde la Fundación, una organización dedicada desde hace 20 años a la formación, desde una perspectiva de la educación popular y, por supuesto, en una perspectiva integral, que aborda distintas aristas del desarrollo.    

Refirió algunos hitos importantes más referidos a la politización de las masculinidades: Procesos de salud mental y memoria sobreviviente (1999), Génesis del programa de masculinidades (2000), Equinoccio: Escuela Metodológica en Masculinidades (2007-2009) y Equinoccio Itinerante (2009-2020).

Todo inició con  la pregunta de qué significa ser hombre (1999) y en muy poco tiempo se transitó hacia una mirada más feminista (2000), para luego pasar a una experiencia más sistemática (2007-2009) para involucrar a los hombres en una formación vivencial, documentada y, por supuesto, muy fundamentada, “nos interesaba sobre todo generar intercambios, diálogo, con distintos hombres, en distintos niveles y en distintos roles en la sociedad para generar  hombres aliados para todos estos temas que ya han sido comentados”.  Del 2009 hasta ahora, se extiende a más países del Caribe y América Latina. 

“Decidimos en 2006 asegurarnos de la apuesta metodológica porque consideramos que la manera de actuar era ya algo político” y optaron por un hilo conductor que se inicia con el análisis del modelo hegemónico, continúa con la comprensión de los mecanismos de la violencia; para pasar luego a las  paternidades -autocuidado y cocuidado-; y la legitimación –sexualidad y  religión. Walberto Tejada, explicó que ese proceso les permitió comprender que “La violencia de género es como la escuela para las demás violencias”.

Mónica Flores, con estudios en gestión de la biodiversidad y educación ambiental y que forma parte del equipo interdisciplinario de la Fundación Bartolomé de las Casas, desde hace 10 años, complementó que la estrategia tiene varios matices. De entrada dijo que quienes participan en el proceso son hombres y mujeres que promueven los derechos de los cuidados, con el componente de la ruralidad. “La clave es ver los cuidados desde la perspectiva de derechos, generar evidencia en corresponsabilidad, desde el ámbito rural, para aportar en políticas e instrumentos normativos”. 

Pero para llegar a ese punto, debieron primero tener claro “que es lo que se entiende por cuidados y generar un entendimiento común acerca de los derechos de los cuidados, la corresponsabilidad y la valoración de los mismos”. Finalmente, adoptaron el enfoque de los procuidados que, además, incluyó cuatro dimensiones estratégicas: autocuidados, cocuidados, ecocuidados y sociocuidados.  

En los cocuidados se toma en cuenta la corresponsabilidad de hombres y mujeres, mientras que los sociocuidados refieren a acciones colectivas como sociedad para favorecer los cuidados, aunque en corresponsabilidad con el Estado. Y los ecocuidados, vienen a complementar las otras tres dimensiones e implica  el cuidado del medio ambiente, la casa común, puesto que “si al fin y al cabo no tenemos un planeta donde vivir, no podemos tener una vida digna, un bienestar real”, subrayó Mónica Flores. 

¿Cómo se involucran loa hombres? El Centro Bartolomé de las Casas implementó procesos de formación en masculinidades con hombres clave, que incluye una metodología vivencial, intercambio entre hombres sobre ética de los cuidados; encuentro y dialogo intergenérico con mujeres; incidencia con mensajes alternativos a través de una estrategia de radios comunitarias y estudios transversales con algunos hombres participantes.  

Walberto Tejada, retomó la palabra para subrayar un mensaje final: “Obviamente los cuidados no son un asunto para la fotografía, ni para un momento, ni para descubrir en un momento de crisis, sino es un asunto de todos los días, es un asunto cotidiano”. 

Desde Bolivia, Cecilia Saavedra, aportó con la experiencia de CISTACy explicó que las experiencias metodológicas para el involucramiento de hombres en el cuidado se centran en la cultura del cuidado y, en rigor, lo puso en plural “porque a través de las culturas, de las culturas diversas, es que podemos apostar al cambio”. 

Como educadora, feminista y activista por los derechos humanos con varios años de experiencia en el trabajo con masculinidades, aseguró que “los hombres que se involucran a más temprana edad en las tareas de cuidados y en la educación corresponsable son más sensibles, y abiertos al cambio de prácticas machistas y violentas, de ahí que sea importante iniciar el proceso desde pequeños”.

En el esquema de intervención, el ámbito de la salud, es el punto de entrada que ayuda a tomar conciencia de la importancia del autocuidado porque “los hombres van al médico cuando se agravan las cosas”.  

También incluye el planteamiento del cocuidado intergenérico (de hombres a mujeres y viceversa), intragenérico (de hombres a hombres… y eso no te va a hacer menos hombre), transgeneracional (entre distintas edades, en la lógica de que puede ser la ley de la vida, nos cuidan y luego nos toca cuidar), intercultural (desde la mirada de interseccionalidad).

Cecilia Saavedra dijo que las metodologías para involucrar a los hombres incluyen dinámicas interactivas, advocacy participativo y edu entretenimiento, desde una mirada de la educación popular y un proceso participativo y transformador, basado en las experiencias de las personas. 

Así por ejemplo, el advocay participativo, permite abrir muchas nuevas causas a partir del enfoque de las masculinidades. El edu entretenimiento habilita espacios para la creación y difusión y el desarrollo de estrategias de comunicación y movilización de la comunidad. Incluye las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, pero también series televisivas como la denominada “Solo para machos” que permitió visibilizar prácticas machistas en los hombres que limitan el autocuidado y cocuidado a lo largo de su curso de vida.  A partir de las teleseries se han generado materiales temáticos: “Hasta que el cuerpo aguante”, “No somos mercancía”, “Aprendiendo a ser papá”. Otra serie orientada a la comunidad educativa es “A Jugar”, para trabajar la cultura del cuidado y la cultura para vivir en paz, cuatro materiales de autocuidado, cocuidado y ecociudad para profesores/as, madres y padres, niñas y niños. Y, por supuesto, no podían faltar las campañas en redes sociales y diferentes plataformas como TikTok, podcast y otras que ayudan a los procesos de reflexión. Muchos piensan que es a partir de la paternidad que van a tener una relación con el cuidado, pero en la reflexión se van dando cuenta que no es así” y, desde su práctica, recomendó que “las mujeres también debemos trabajar el enfoque de las masculinidades, porque es un tema político, a nosotras nos cargan el modelo de crianza machista y debemos promover nuevas prácticas”.