Se asocia la paternidad cuando el hombre ha tenido un hijo o hija o ha decidido adoptar, este suceso también es considerado como un rito de paso para ser reconocido y valorado como “bien hombre”, porque como hombre es el destino social y por supuesto natural de la masculinidad, que además adquiere una valoración diferenciada dependiendo del sexo del bebé.
Al hablar de paternidad necesariamente hablamos de hombres, que en su ciclo de vida aprenden comportamientos sociales y culturales. El ser padre en nuestro contexto se inscribe en la identidad masculina como la responsabilidad a partir de la provisión, protección y autoridad moral estricta y consecuente aislamiento al interior de la familia.
La paternidad dentro de la masculinidad adquiere una serie de mandatos asociados a una hegemonía tradicional del pater-familia (padre de familia), que es contribuido y reforzado por un entorno donde el “ser hombre” se desarrolla a partir de la responsabilidad como eje existencial, además de estar ligado a aspectos como el sustento de la familia, la formación de valores, costumbres del entorno sociocultural, asume la responsabilidad de la economía y figura de autoridad. Esta construcción cultural de la masculinidad desemboca, necesariamente, en la división sexual de roles (sexismo), pues la paternidad se visibiliza como opuesto complementario a la maternidad en cuyo ejercicio cotidiano y vivencial salen a flote los discursos, actitudes y prácticas sexistas.
Dentro de la estructura de relacionamiento social, establece a la paternidad acomodarse y asumir la responsabilidad que debe ser cumplida mediante el trabajo, motivo por el que se convierte en prioridad, incluso antes que la convivencia familiar y garantizar el cumplimiento del rol de padre.
Es necesario denotar la crisis por la que atraviesa la masculinidad, específicamente en la paternidad, pues el desempleo y la desocupación invaden el sentido del hombre-padre al no poder cumplir los mandatos de responsabilidad que le fueron asignados, precipitando a un estado crítico de inseguridad, pérdida de autoridad, ergo, tratan de mantener a fuerza el mandado de jefe de familia y sostener la identidad masculina aprendida.
En este contexto, la participación masculina y la paternidad en la crianza y cuidado de los hijos e hijas es una limitante, históricamente el cuidado y afectividad han sido desligados de las prácticas cómo hombre, pues la predisposición masculina se limita a proveer y proteger argumentando “yo estoy cumpliendo como hombre” y por supuesto delegando el resto del cuidado (atención, crianza, alimentación, educación, salud) a la madre o a la mujer más próxima del entorno.
El ser responsable ligado netamente al cumplimiento de proveedor y eje existencial, limita y no desarrolla el vinculo afectivo familiar para con el hijo/a, porque obviamente la dedicación de espacio y tiempo repercute a futuro creando vacíos de cercanía, afectividad, confidencialidad, confianza y hasta solidaridad para con sus congéneres en la familia.
Si bien existe “check list” para ser padre, no existe un manual sobre cómo ser papá y el ejercicio de la paternidad, afectiva, solidaria, democrática y activa. Es importante, imprescindible y urgente promover espacios de análisis crítico-reflexivos sobre lo que significa ejercer la paternidad, lo que provocará sinergia social masculina para el vaciamiento de contenido del ser papá y por supuesto el ejercicio de la paternidad.
Santos Saico – CISTAC